El rigor de la ortodoxia
Pero la leña, húmeda por el rocío de aquella mañana, ardía mal, y se había levantado además un impetuoso viento, que apartaba de aquella dirección las llamas. El suplicio fue horrible: duró dos horas, y por largo espacio oyeron los circunstantes estos desgarradores gritos de Servet: "¡Infeliz de mí! ¿Por qué no acabo de morir?" (Año de 1560)
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